Andrée, yo no quería venirme a vivir a su
departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque
me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas
mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el
aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto
de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo
ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de
un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes,
en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte
de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas,
una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de
azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera
sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su
liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro
extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus
diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de
estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una
modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos
se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante
más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de
relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma
con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los
dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja
de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos
como un bando de gorriones.
Julio Cortázar: “Carta a una señorita en
París”
No es exagerado afirmar que Julio Cortázar es el mejor escritor de cuentos en español de todos los tiempos. Y uno de los mejores de la literatura universal. Nunca se limitó a la realidad sino que buscó sus límites para superarlos. Su escritura es cercana, rebelde, exigente. Su lectura es amena, inconformista, interpeladora. Su vida también, pues no podrían concebirse una sin otra.